Fecundación in vitro, un carrusel de emociones
Felicidad, inquietud, rabia, esperanza, malestar… José y Aurora desgranan, fotograma a fotograma, sus sentimientos mientras siguen un proceso de reproducción asistida: una película llena de emociones.
No faltan largometrajes documentales sobre la revolución que supusieron las técnicas de reproducción asistida, las distintas opciones que existen, las etapas que comprenden. ¿Qué queda por contar? Pues el trasfondo de todos estos procesos, la manera en que afectan los tratamientos de reproducción asistida a las relaciones de pareja. Y es que el «making of», los sentimientos que nos sacuden en medio de la turbulencia que supone intentar concebir con ayuda de otros, suelen quedar reservados al terreno más íntimo. «Todo lo que rodea a este aspecto es tabú y no lo entiendo. ¿Por qué trata de ocultarse, si es algo natural?», comenta Aurora. Junto a su marido, José, se ha puesto frente al objetivo de Mujerhoy para contarnos una historia que bucea en el fondo de las relaciones humanas. Preparados, listos, ¡acción!
Toma 1. ¿Para cuándo los hijos?
Es una de las preguntas más molestas y frecuentes que escucha un matrimonio sin niños. Aurora y José no se libraron de esta curiosidad. Y hace tres años, al poco de casarse, se pusieron a ello. Pero los hijos no llegaban y decidieron ponerle remedio: «Empezamos por lo más fácil, las relaciones programadas», recuerdan.
«A partir de ahora, toca intentarlo los días 12, 14 y 16, que son vuestros días fértiles», les prescribió la ginecóloga. Dicho y hecho, pensaron ellos. «Planificar algo así solo puede sobrellevarlo la pareja de una manera: con mucho humor», apunta con franqueza Aurora. José asiente: «Sí, pero te pasa factura. Seguramente las relaciones sexuales es el aspecto en el que más nos ha afectado todo este proceso. Los dos estamos con mucha ansiedad, y la libido baja considerablemente. Pero lo hemos llevado bien, porque hemos ido a la par y suponemos que será algo transitorio».
Pasaron esos primeros días procurando no pensar en el tema, aunque fuera la banda sonora que más oían de fondo. «Achacábamos cualquier cosa que nos pasaba a la tensión y todo lo supeditábamos al hecho de quedarnos embarazados. Empezamos a vivir como en una burbuja», recuerda Aurora. «Intentas seguir con tu vida normal –corrobora José–, pero es difícil. De repente, dejamos de hacer cosas «por si acaso». Cada dos años vamos a Honduras en un viaje de ayuda humanitaria, pero ese verano ni nos lo planteamos. Fue un error estar pendientes solo del embarazo. Eso, sí, los dos estábamos de acuerdo. Para nosotros fue fundamental hablar mucho y hablarlo todo».
Diana Guerra Díaz, psicóloga de la clínica IVI de Barcelona y autora del libro ‘Cómo afrontar la infertilidad‘, (Planeta), apunta que es conveniente que los dos se preparen psicológicamente antes de un tratamiento: «Es aconsejable aprender estrategias de afrontamiento positivas, relajación y otras técnicas conductuales que les permitan encarar un camino que no siempre es fácil. Una de las herramientas que más necesitarán es la de toma de decisiones y adaptación porque vivirán situaciones inesperadas». Tras varios meses de relaciones programadas, Aurora se plantó: «Esto no marcha, cariño. Habrá que dar un paso más; a mis 35 años, ya no soy una jovencita». Así comenzó su rosario de especialistas, pruebas y análisis que determinaron que la técnica con más probabilidades en su caso era la fecundación in vitro: un tratamiento que implica tiempo, dinero y control emocional.
En tratamiento
«Sí, ya sé que he ganado un par de kilos pero, con todo lo que estoy pasando, me merezco un bocadillo de nocilla, ¿no?», le espetó un día Aurora a su marido. Él le dijo que estaba más guapa que nunca. «Pasas de la euforia más absoluta a estar hecha polvo y eso se traslada a la pareja –explica Aurora–. Cuando te estás hormonando, los altibajos son constantes. Pero José ha sabido controlar muy bien estas situaciones de tensión, aguantarme y mantener la buena sintonía». Su marido, mucho más tranquilo que ella, llevaba la procesión por dentro: «Desde el principio he querido implicarme al máximo, entender lo que Aurora tenía que pasar físicamente y darle mi cariño; pero, al mismo tiempo, debía tener la cabeza fría. Claro que alguna vez nos hemos enfadado, no somos una pareja idílica, pero no más que antes del proceso«.
Su vida se llenó de citas médicas y de un vocabulario científico (punciones, ovocitos, cigotos…) que compartían con amigos y familiares. «Optamos por comunicar a las personas más cercanas todo el proceso. Fue un gran error», apuntan. «Al principio nos hacía felices hablar de ello, nos unía más. Nuestra relación estaba marcada por la ilusión, así que ¿por qué no compartirlo?».
La ovulación controlada fue bien, y también la extracción y la fecundación de los ovocitos en el laboratorio. Pero las cosas empezaron a torcerse; en menos de 48 horas, los pre embriones, en fase de cultivo, dejaron de evolucionar. Era una muy mala señal. A pesar de todo, apostaron por hacer la implantación.
La decepción
«Nena, estaréis supercontentos, y ya preparando la habitación, ¿no?», le preguntó una conocida a Aurora dos días después del jarro de agua fría. «Ahí vimos que no había sido buena idea ser tan expresivos. La gente nos preguntaba constantemente, trataba de animarnos y eso nos preocupaba más. Cuando repites varias veces que algo que no va bien, eso te va minando».
No les quedaba otra que seguir con el tratamiento. «Tras la transferencia, nos fuimos al pueblo de José para pasar más tranquilos la espera hasta poder hacer la prueba de embarazo –dice Aurora–. En contra del consejo de los médicos, nos hicimos un test. Dio negativo, algo que nos confirmaron después en la clínica. Ese día y los siguientes fueron los más tristes. Llevaba seis meses preparándome y no esperaba este resultado. Yo lo llevé fatal. José aguantó, aunque lo vivía igual o peor. Por suerte, ha sido supercomprensivo. He sentido su protección y su ayuda constantemente«. José tenía, de hecho, el antídoto para que la relación no se viera afectada: «En ese momento, la pareja tiene que quererse más que nunca; si no salta por los aires. Aunque no es fácil recibir una noticia como ésta. Tengo grabado ese momento, fue muy duro».
Diana Guerra Díaz lo explica así: «Cuando el resultado no es el esperado, las mujeres expresan más ansiedad y problemas del estado de ánimo que sus parejas masculinas. Y las estrategias de afrontamiento que utilizan son diferentes también: los hombres suelen optar por la evasión o distracción, mientras que las mujeres son más dadas a compartir con familiares y amigos sus dificultades. En cualquier caso, lo más recomendable es la búsqueda de soluciones, lo cual hacen hombres y mujeres de forma similar».
Toma 2. ¿Y si probamos otra vez?
«¿Qué tal el trabajo? Qué bien te ha salido la butifarra con mongetes. Por cierto, ¿qué vamos a hacer?». Durante todo el mes siguiente, sus comidas estuvieron amenizadas con el mismo tema: ¿y ahora qué? «Era un bucle del que teníamos que salir. Decidimos no aplazarlo y analizar si queríamos seguir, cuántas veces más, cuánto podíamos gastar, si aceptaríamos un donante…». La respuesta fue coincidente en un 100%. En noviembre del año pasado, optaron por probar de nuevo.
En preparación
Mucho antes de empezar, se prepararon psicológica y físicamente. Aurora dejó de fumar y se pasó a la cerveza sin alcohol. Los dos fueron a sesiones de acupuntura para los nervios. Y se prometieron dos cosas: hacer una vida normal y llevarlo en secreto. «No queríamos sufrir más de lo necesario, ni hacer sufrir a los demás. Aunque, claro, esto altera tu vida. Disminuye el deseo, pero aumentan las caricias, se profundiza en el entendimiento», explica José. «No me imagino peleando en medio de esto –añade ella–».
Esta vez todo iba como la seda hasta que llegó el día D: la transferencia de embriones. Aurora, en la camilla y hecha un manojo de nervios, no las tenía todas consigo. «Tardan mucho, ¿no? Algo no va bien, lo intuyo». El biólogo confirmó sus temores. Los embriones estaban «un poco regular». «¡No, no puede ser! ¡Dejadme en paz, no quiero saber nada de los embriones!», gritó Aurora, saltando de la camilla. «Perdí los nervios. Luego, la ginecóloga me explicó con mucha gracia que tenía que querer mucho a esos embriones. Hicimos la transferencia. Y, cuando llegamos a casa, José y yo nos consolamos y tratamos de superar juntos la rabia y la frustración. Al mismo tiempo, manteníamos la esperanza».
Toma 3. Bebé a bordo
«Esta vez decidimos no adelantarnos con la prueba de embarazo casera y esperar al resultado de la clínica». Ese día, José no pudo acompañarla, así que Aurora pidió al médico que, en lugar de darle el resultado, la llamase a las tres de la tarde, que era cuando estaría con su marido. «Me pareció una mañana eterna y horrible, la peor de mi vida. Y también la de José, tanto es así que llegó a casa 40 minutos antes de lo acordado, porque no podía con los nervios«, recuerda.
«¿Llamamos? ¿O esperamos hasta que sea la hora? ¿Qué hacemos? Mejor llamamos, ¿te parece? ¿O quieres que esperemos?», decía José. A Aurora le temblaban las manos. Cogió el teléfono, marcó, cruzó los dedos mientras repetía en su cabeza: «Que sea que sí, que sea que sí» e hizo la pregunta. Al otro lado, la respuesta fue: «Estaba deseando llamaros. Ha sido positivo. Ahora tenéis que…». Aurora dejó de escuchar, mientras se abrazaba a su marido y lloraban de emoción. Así estuvieron durante un buen rato hasta que se tranquilizaron y cayeron en la cuenta de que tenían que volver a contactar con la clínica para saber qué había que hacer a continuación.
Cuenta atrás
«Empezamos a llamar a todo el mundo para contar la buena nueva. No podíamos creer que el pequeño milagro estuviera dentro de mí. Ha sido una aventura maravillosa». Su marido está de acuerdo. Por fin, pudo desahogarse y liberar todo el peso de la tensión con la que había cargado en este tiempo. «¿Qué otra cosa podía hacer durante esos meses? Tenía que ser fuerte y no quería que nos afectara. Las claves para que la pareja no se vea comprometida son muy simples: quererse mucho, no obsesionarse y tratar de ir a la par en el plano emocional«, termina.
Todavía quedan algunos meses, pero el zoom enfoca ya el 19 de octubre, el día en el que está previsto que nazca su primer hijo. Aurora y José llevan rodadas dos terceras partes de este proyecto vital en común; ahora solo les queda una última secuencia para que esta larga película se cierre con un final feliz.
Un tratamiento adecuado a cada situación
El ginecólogo Juan Antonio García Velasco, especialista en reproducción por la Universidad de Yale (EE. UU.), profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, director de la clínica IVI-Madrid y autor del libro ‘Quiero ser madre: los secretos de la fertilidad’ (Espasa), hace una clasificación del enfoque reproductivo más adecuado en función del perfil de la mujer:
- Madre soltera: Son el colectivo que más ha crecido. Suele aplicárseles inseminación artificial con espermatozoides de donante. Requisitos: tener trompas permeables y ovarios funcionales. Fases: 1. Control ecográfico para seguir el folículo. 2. Inyección para inducir la ovulación. 3. Inseminación. 4. Progesterona para facilitar el embarazo. Tasa de éxito: 20-25% por intento, 60% tras 3-4 intentos. Precio: alrededor de 1.000 €.
- Madre tardía. Cada vez más, al final de la treintena o al principio de los 40. El tratamiento suele ser fecundación in vitro. Requisitos: tener reserva ovárica. Fases: 1. Estimulación ovárica. Inyecciones de hormonas para generar más de un óvulo. 2. Extracción de los ovocitos. 3. Transferencia de los embriones fecundados. 4. Progesterona. Tasa de éxito: 40-50% por intento, y 90% en cuatro intentos. Cae a los 40 años al 20-30%. A los 44 años, la tasa es un 5%. Precio: entre 5.000 y 6.000 €.
- Madre futura: Las mujeres que valoran tener hijos más adelante y no quieren perder sus ovocitos pueden congelarlos por vitrificación (es la técnica más novedosa en la actualidad). No se estropean con los años y se recupera hasta el 90-95%. Requisitos: tener una buena reserva ovárica. Fases: las mismas que en la fecundación in vitro; tras la extracción, se vitrifican los óvulos. Tasa de éxito: igual a la de la fecundación in vitro a esa edad. Precio: 1.600 €.
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